domingo, 24 de abril de 2011

Lágrimas bajo la lluvia

Dicen, quizá con razón, que la razón de ser de las Cofradías, desde sus más ancestrales orígenes, es salir a la calle. Realizar la estación penitencial saliendo en procesión es uno de los objetivos o fines fundamentales en las cofradías. Y por eso cuesta tanto trabajo decidir qué hacer cuando el tiempo se presenta inestable.
Tomar en consideración la importancia de salvaguardar el patrimonio material y también el humano que participa en las procesiones, es una decisión muy difícil para quiénes tienen que asumir si salir o no a la calle cuando el riesgo de lluvia se hace patente. Unas veces, la ilusión de salir se une a la responsabilidad de dar cumplimiento a los fines. Otras, esos mismos planteamientos, hacen que se sopesen todas las alternativas y posibilidades. Y nunca, o casi nunca, se acierta totalmente. Hacer una afrenta al mal tiempo es casi tan complicado como enfrentarse a decidir si salir o no.
Para el historiador de las religiones Mircea Eliade, «el azul del cielo es el velo con el cual se cubre el rostro la divinidad y las nubes son sus vestiduras», pero, sea como fuere, vestido o en cueros, el cielo ha hecho llorar a mucha gente este Jueves Santo.
Y de esa gente que ha llorado, yo estoy muy cerca de quienes habían puesto todas sus esperanzas en su semana más pasional, más íntima, en esta semana cargada de fe y de acercamiento a sus más profundas creencias.
La lluvia ha ido rompiendo las esperanzas de tantas y tantas criaturas hasta dejarlas convertidas en lamentos, en la tristeza de quien ve sus ilusiones desechas.
Nada puede hacerse contra la lluvia en Semana Santa. Es como el mal augurio que nadie quiere y que se presenta cuando menos lo esperas. Ni los modelos meteorológicos, ni las previsiones, ni lo avanzado de las tecnologías, aderezado con la buena fe de quiénes saben interpretarlo, puede predecir con certeza qué va a pasar. Puede que llueva, puede que no. Y nada se puede hacer, salvo tener que tomar una decisión urgente e inevitable.
En la tesitura de una reunión urgente, la decisión que se adopta siempre es difícil. Y evitar lo peor, es siempre mejor que ser demasiado decididos. Ahí es donde se demuestra la cordura, el sentido común, donde la balanza se descanta hacia la razón en detrimento del corazón, y esto, creámoslo o no, es duro, muy duro para los componentes de una Junta de Gobierno, Porque para la Junta de Gobierno, la Semana Santa dura todo el año, ya que meses antes de que ésta comience se podría contar por millares las horas de planificación. Los diputados que tienen el inmenso honor de formar parte del máximo órgano de gobierno de la Cofradía, han de tener muy presente que se deben, todos y cada uno de ellos, al puesto que desempeñan, como servicio a los demás. Una hermandad es de todos y de nadie en concreto, es fruto del trabajo de generaciones y, como tal, ha de ser contemplada. Mantener el legado de siglos, espiritual, humano y material, es una decisión que honra a quiénes así la han tomado en uso de sus responsabilidades.

Una decisión de este tipo es tan difícil como arriesgada, pero no es más que una tregua que cada año se nos presenta y que, pase lo que pase, nos llevará a una nueva Semana Santa en la que siempre esperamos poder ver nuestra Hermandad de nuevo en la calle.






La lluvia ha hecho derramar mucho el llanto durante esta Semana Santa. Agua bajo el agua son las «lágrimas en la lluvia», Hoy, Domingo de Resurrección, cuando empieza a vislumbrarse el horizonte del final de esta Semana Santa, creo que hay que animar a los cofrades que, con buen criterio, han tomado sus decisiones. No vale decir, a toro pasado, qué hubiéramos hecho nosotros. En días como estos en que se trunca lo esperado, donde las palabras me obedecen menos, se vuelven díscolas e intentan escapar de mí y dejarme a la intemperie, casi huero, lejano de mí mismo, tengo la sensación de que nada está completo, de que hay un vicio de vacío, como un Jueves Santo sin el Gran Poder, pongamos por caso.